Vivimos en un mundo donde la escuela sigue preguntando “¿qué vas a ser cuando seas grande?” como si eso lo resolviera todo. Como si tener un título y un trabajo respondiera la gran pregunta de fondo: ¿para qué estamos acá?
Sin embargo, no lo hace.
A pesar de esto, diseñamos todo un sistema educativo alrededor de esa idea.

Desde que empecé a estudiar Educación y Nuevas Tecnologías, me encuentro en una especie de limbo entre lo que se enseña, lo que se dice que hay que enseñar, y lo que realmente hace falta aprender. Y lo que más me incomoda es esto: ¿cómo podemos formar a alguien si ni siquiera nos cuestionamos el sentido de la vida que estamos educando?
No hablo de clases de filosofía existencial (aunque tampoco vendrían mal). Hablo de ese hueco enorme entre los contenidos curriculares y las preguntas reales que atraviesan a cada niño, adolescente o adulto que se sienta en un aula:
¿Quién soy?
¿Qué quiero?
¿Qué me importa de verdad?
¿Y si lo que me gusta no entra en el boletín?
La escuela rara vez ofrece espacio para esas preguntas. Y cuando lo hace, lo llama “tutoría” u “orientación vocacional” y lo manda al final del camino, como si fuera un extra. Pero en realidad, esas preguntas deberían estar en el centro. No solo por empatía, sino porque sin eso, el resto es puro contenido vacío, evaluado por una rúbrica sin alma.
Yo no quiero formar estudiantes que aprendan a encajar. Quiero formar personas que sepan preguntarse cosas profundas sin miedo. Que no necesiten elegir entre pensar y pertenecer. Que puedan encontrar propósito sin tener que traicionarse a sí mismos.
Y sí, sé que esto suena utópico.
Pero también sé que el sistema actual no está funcionando. Basta con mirar el aula promedio y contar cuántos están realmente ahí, presentes de cuerpo y mente.
Educar para vivir, no solo para rendir
Educar debería ser, antes que nada, un acto de sentido. No de reproducción. No de domesticación. No de rellenar una grilla.
Educar es mirar a un estudiante y preguntarse:
¿Cómo puedo ayudar a que esta persona descubra para qué quiere vivir?
Y si todavía no lo sabemos… quizás es hora de que también lo empecemos a buscar nosotros. Porque no hay planificación didáctica que reemplace una vida con propósito.