Introducción
Imagine a un niño en clase. No puede quedarse quieto, interrumpe constantemente y parece vivir en su propio mundo. O a una niña que, ante una pequeña injusticia, estalla en un llanto desconsolado y se preocupa por problemas mundiales que parecen demasiado grandes para su edad. En muchos entornos escolares y familiares, estas conductas encienden las alarmas. Rápidamente, se les etiqueta como “problemáticos” o se sospecha de un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), autismo u otros trastornos.
Pero, ¿y si estas características no fueran un defecto a corregir, sino la manifestación de una mente que funciona de manera diferente y más intensa? La investigación clínica revela una realidad sorprendente: muchos rasgos inherentes a las altas capacidades (AACC) son sistemáticamente confundidos con patologías. Este artículo explorará cinco de estos rasgos, ofreciendo una nueva perspectiva para entender y apoyar a estos niños, no desde el diagnóstico de un desorden, sino desde la comprensión de su excepcionalidad.
1. Su intensidad emocional y física no es un desorden, es una forma de experimentar el mundo.
Una de las características más universales y malinterpretadas de los niños con altas capacidades es su intensidad. No es una elección conductual, sino una configuración neurobiológica fundamental. El psiquiatra Kazimierz Dabrowski lo describió como un sistema nervioso más sensible que procesa los estímulos con mayor profundidad. A este fenómeno lo llamó “Sobreexcitabilidades”.
Estos son algunos ejemplos y su confusión más común:
- Sobreexcitabilidad Psicomotora: Se manifiesta como una necesidad casi constante de movimiento, un exceso de energía y el habla rápida. Un niño que se mueve sin parar en su silla o habla verborreicamente puede parecer un caso claro de TDAH. Sin embargo, en el niño con AACC, esta actividad física suele estar ligada al entusiasmo intelectual y tener un propósito. Además, lo que parece impulsividad a menudo es una velocidad de procesamiento superior. Pueden responder antes de que el profesor termine la pregunta no por falta de inhibición, sino porque su mente ya ha procesado la información y anticipado la conclusión.
- Sobreexcitabilidad Emocional: Estos niños sienten con una profundidad abrumadora. Experimentan una empatía intensa, se preocupan profundamente por la justicia y pueden pasar de la euforia a la desesperación en minutos. Esta labilidad emocional es frecuentemente confundida con trastornos del estado de ánimo, como la ciclotimia o incluso el trastorno bipolar, cuando en realidad es el reflejo de una vida afectiva extraordinariamente rica y compleja.
- Sobreexcitabilidad Sensual: Implica una experiencia amplificada de los sentidos. Pueden sentir un dolor real por la etiqueta de una camiseta, los ruidos de una luz fluorescente o la textura de un alimento. Esta hipersensibilidad se solapa con los criterios de procesamiento sensorial del Trastorno del Espectro Autista (TEA), llevando a diagnósticos erróneos cuando no se evalúa el cuadro completo.
Junto a estas, Dabrowski identificó la Sobreexcitabilidad Intelectual (una sed insaciable de conocimiento) y la Imaginativa (una rica vida interior). Estas dos, en particular, son la raíz de otros comportamientos que a menudo se malinterpretan, como veremos a continuación.
Entender que esta intensidad no es un trastorno, sino una forma innata de experimentar el mundo, cambia radicalmente el enfoque. El objetivo deja de ser “calmar” al niño para que sea como los demás, y pasa a ser enseñarle a gestionar su propia y poderosa forma de ser.
2. Su aparente “falta de atención” es a menudo una reacción a la falta de desafío.
La confusión entre altas capacidades y TDAH es, quizás, la más frecuente y dañina. Muchos niños superdotados son diagnosticados y medicados por un déficit de atención que no tienen. La clave para diferenciarlo es que la inatención en un niño con AACC es situacional, no un déficit generalizado.
El cerebro de un niño superdotado desconecta ante tareas repetitivas, mecánicas o que ya ha dominado. Este fenómeno se conoce como “inatención por hipoestimulación”: su mente, ávida de complejidad, se apaga por aburrimiento. Esta desconexión es una manifestación directa de su sobreexcitabilidad intelectual (su mente necesita un reto) y su sobreexcitabilidad imaginativa (escapa a un mundo interior más interesante que la tarea).
La prueba definitiva es su capacidad de “hiperfoco”. El mismo niño que no puede concentrarse en una hoja de sumas repetitivas puede pasar horas inmerso, sin notar el paso del tiempo, en la construcción de un modelo complejo, la lectura de un libro sobre astronomía o la programación de un videojuego. Un indicador clínico clave es este: un niño con TDAH tendrá dificultades de atención de forma generalizada, incluso en tareas que le gustan, mientras que el niño con AACC mostrará un rendimiento y una concentración excepcionales en proyectos que desafían su intelecto.
Medicar a un niño por estar aburrido no solo es ineficaz, sino que puede tener efectos adversos, como el aplanamiento afectivo o la pérdida de su chispa creativa. La verdadera “solución” no es un fármaco, sino un estímulo intelectual adecuado.
3. Su desarrollo es “disincrónico”: su mente puede tener 8 años, pero sus emociones (o sus manos) solo 5.
El psicólogo Jean-Charles Terrassier acuñó el término “disincronía” para describir una de las realidades más frustrantes para los niños con AACC: su desarrollo no es parejo. Su avance intelectual, emocional y motor no va al mismo ritmo, creando importantes desfases internos. Este desarrollo desigual no es solo una curiosidad, sino una fuente constante de frustración interna y vulnerabilidad psicológica.
Estos son dos ejemplos ilustrativos:
- Disincronía Interna: Pensemos en un niño de 5 años con una mente capaz de imaginar una historia de ciencia ficción con una trama compleja, propia de alguien de 8. Sin embargo, su desarrollo psicomotor es el de un niño de 5 años. Su mano, simplemente, no puede escribir a la velocidad que su cerebro piensa. Esta brecha genera una enorme frustración, rechazo a la escritura y una caligrafía pobre, lo que a menudo lleva a un diagnóstico erróneo de disgrafía. El problema no es un trastorno del aprendizaje, sino una carrera que su cuerpo aún no puede ganar contra su mente.
- Disincronía Social: Debido a que sus intereses y vocabulario son más avanzados, a menudo no conectan con los juegos de sus compañeros de la misma edad. Esto los lleva a buscar la compañía de niños mayores o adultos, sus “pares intelectuales”. Desde fuera, este comportamiento puede ser interpretado como una falta de habilidades sociales o un rasgo de autismo. Sin embargo, cuando se les da la oportunidad de interactuar con iguales intelectuales, esas supuestas dificultades sociales a menudo desaparecen por completo.
Comprender la disincronía es fundamental para no exigirle al niño una coherencia que su propio desarrollo no tiene y para entender la verdadera raíz de muchas de sus frustraciones y comportamientos aparentemente “inmaduros”.
4. No desafían la autoridad por sistema, desafían la ilógica.
Un niño con altas capacidades que cuestiona constantemente las reglas, debate con el profesor y se niega a hacer las cosas “porque sí” es un candidato perfecto para un diagnóstico erróneo de Trastorno Negativista Desafiante (TOD). Sin embargo, la clave del diagnóstico diferencial reside en la motivación subyacente de la conducta, que es radicalmente distinta.
El niño con TOD presenta un patrón persistente de hostilidad hacia las figuras de autoridad per se. Su objetivo es el desafío en sí mismo. En cambio, el niño con AACC no desafía la autoridad, sino la incoherencia. Su comportamiento es una respuesta moral o lógica ante reglas que percibe como injustas, ilógicas o aplicadas por alguien incompetente.
La diferencia fundamental es que el niño superdotado es capaz de negociar. Si se le explica el sentido y la lógica detrás de una norma, la acatará. Exige coherencia y argumentos racionales. Visto desde esta perspectiva, su comportamiento no es un problema de conducta, sino el germen de un pensador crítico que se niega a aceptar el mundo sin cuestionarlo.
5. A veces, la superdotación y un trastorno coexisten, ocultándose mutuamente.
El escenario más complejo es el de la “doble excepcionalidad” (2e), que ocurre cuando un niño tiene altas capacidades y, a la vez, un trastorno real como TDAH, dislexia o TEA. Estos niños son los más vulnerables, porque sus dos realidades a menudo se enmascaran mutuamente.
Existen tres fenómenos de enmascaramiento:
- La capacidad enmascara el déficit: El niño utiliza su gran inteligencia para desarrollar estrategias que compensan su dificultad. Por ejemplo, memoriza la forma de las palabras para ocultar su dislexia o usa su razonamiento lógico para deducir las normas sociales que no intuye. A ojos de los demás, parece un estudiante “promedio” o “listo pero vago”, y su dificultad real pasa desapercibida.
- El déficit enmascara la capacidad: El trastorno es tan evidente y disruptivo (por ejemplo, una hiperactividad muy marcada) que nadie se detiene a pensar en el potencial intelectual que se esconde debajo. El niño solo recibe apoyo para su “problema”, un apoyo que a menudo le aburre y frustra, empeorando su conducta.
- Enmascaramiento mutuo: La capacidad y el déficit se “cancelan” el uno al otro. El resultado es un niño que parece tener un desarrollo promedio en todo. No destaca por su talento ni por sus dificultades, por lo que pasa completamente desapercibido, sin recibir el apoyo que necesita para ninguna de sus dos realidades.
Por eso, es crucial una evaluación profesional que no se quede en el promedio, sino que busque activamente discrepancias significativas en el perfil cognitivo. Un niño 2e puede mostrar, por ejemplo, una comprensión verbal excepcionalmente alta junto a una memoria de trabajo o velocidad de procesamiento notablemente bajas. Identificar esta brecha es el primer paso para ayudar al niño que lucha en silencio.
Conclusión: Cambiando la Pregunta
Muchos de los comportamientos que nos preocupan y nos llevan a buscar etiquetas diagnósticas no son síntomas de una enfermedad, sino signos de una mente excepcional que funciona a una intensidad y con una lógica diferentes. La “cura” para estos comportamientos rara vez se encuentra en la farmacia, sino en el ajuste educativo y la comprensión emocional. El objetivo no debe ser forzar al niño a encajar en el mundo, sino adaptar una pequeña parte del mundo para que su mente pueda crecer.
La próxima vez que nos enfrentemos a uno de estos comportamientos “problemáticos”, quizás debamos hacer una pausa y cambiar la pregunta.
¿Y si en lugar de preguntarnos “qué le pasa a mi hijo”, empezamos a preguntarnos “qué necesita su mente para florecer”?
